Cuando en Guatemala era parte del staff de TGC Canal 10.80 (junto a “Zepedita”, “Canillón”, Julio César Cifuentes, Lencho Luna, etc.) y transmitíamos desde la 5ª. calle 1-68 zona 1 llegó un buen día al local un joven indígena con su caja para lustrar zapatos. Dijo llamarse Venancio. Alguien le dio la oportunidad y semanas después, todos éramos sus clientes.
El tiempo pasó y Venancio entraba hasta la cabina y nos lustraba los zapatos mientras locutábamos. Después, pidió aprender a operar. No sé quien le enseñó, pero lo hizo y se olvidó de su profesión de “dar lustre”.
Una tarde escuché el turno de “Canillón” y aunque no le oí hablar, aprecié lo bien que estaba programando la música. Al día siguiente le felicité y para mi sorpresa me dijo: “¡No era yo, sino Venancio!”
Cuando nos instalaron teléfono en la cabina, decidí hacer la sección “Complaciendo al instante” y Venancio estaba a mis espaldas, junto al mueble que cubría toda la pared con discos LP y 45 RPM. Al escuchar la canción solicitada, Venancio alargaba el brazo, tomaba el disco y me lo entregaba en tiempo récord.
Su superación no paró allí. Se puso traje, corbata y salió a vender tras haber pactado cierta comisión con el propietario Don José Quiñónez Castillo. Iba, negociaba y regresaba con el contrato firmado, pero sin los datos. Le pedía a la secretaria que ella lo hiciera para que “quedara presentable”. La sorpresa fue mayúscula cuando supimos la verdadera razón: ¡Venancio no sabía leer ni escribir!
¿Cómo era posible entonces que –entre diez o quince discos del mismo sello- Venancio me entregara en segundos el tema exacto? Sólo tengo una respuesta: Venancio quería ser cada día mejor y escalar posiciones. No sé donde esté ahora. Posiblemente es presidente de su propia compañía.
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